jueves, 10 de abril de 2014

Pterodáctilos, un relato de Jose Sbarra


En la era más estrambótica de la Tierra, los pterodáctilos fueron los únicos seres capaces de construir parejas absolutamente fieles. 
En el caso de que muriese uno de los integrantes, el otro no formaba una nueva unión. 
Si el pterodáctilo sobrevivía, dedicaba el resto de su existencia a deambular por los sitios frecuentados con su pterodáctila. Y realizaba este peregrinaje sin comer ni beber. Sin ir en búsqueda de otra compañera. 
Poco a poco iba debilitándose hasta que moría, preferiblemente en el exacto lugar en el que había caído su pterodáctila. 


Ella lo amaba. Volar hambrientos, pero juntos, le parece una fascinante aventura. Ama su coraje. Ama la paciencia de su vuelo sobre los volcanes. Lo considera un valiente. Ella lo ama. Ama que se olvide de comer por atrapar una piedra azul. Hay otros pterodáctilos, pero ninguno tiene su estrafalaria manera de planear. Ella lo ama. Desde el día en que conoció a ese tonto pterodáctilo nunca se separó de su lado. Por eso él sabe que ella lo ama. 


En la sinfónica turbulencia de la atmósfera, entre nubes doradas, un pterodáctilo vuela junto a su pterodáctila. Sus ojos antediluvianos son los espejos del fuego en el corazón de los volcanes. Vuelan juntos. Como viajeros elegantes. 
¿De qué sirve un pterodáctilo sin su pterodáctila? 
Toda la Tierra con sus ardientes temperaturas y con sus inesperados desplazamientos les ordena amarse. 
Y sobre la catedral volcánica del planeta, y sin saberlo, los pterodáctilos están amándose. 


De pronto su vuelo se interrumpió. La pterodáctila cayó por un túnel transparente en el aire. Cayó sobre la arena como una roca. Como un meteorito atraído terriblemente por la Tierra. 
Estaba en vuelo y el vuelo se detuvo como un amor que dice que no. Un instante de desconcierto y luego la pterodáctila cayó. 
El pterodáctilo volaba a su lado. Supo el momento preciso en que su pterodáctila cayó. Pero no miró hacia abajo. Negó el vacío. La implacable vertical de la caída. 
Miró hacia un costado y hacia otro. No la vio. Se resistió a aceptar lo demasiado obvio. Y no se animó a mirar hacia abajo. Con espanto volvió la cabeza hacia un costado y hacia el otro. 
La buscó en todas las posibilidades de vuelo. Nunca miró hacia abajo. 
Aterrizó en la playa. 
Caminó con la vista más allá del presente, buscándola lejos. Lejos. Se detuvo sin verla. Intuyó la presencia de una roca nueva sobre la arena. El pterodáctilo cubrió su cara con cuarenta millones de años. 
Una tras otra resbalaron sus monumentales lágrimas. 
En la boca ígnea de los volcanes resonaron sus alaridos. Pero nunca miró hacia el sitio del dolor. 


Vuela. No lo distraen las piedras azules que saltan de los volcanes. Sigue su rumbo. Y su rumbo es buscarla. 
Sus retinas sólo reflejan la imagen de ella. Cree verla en el movimiento de una rama o sobre la cresta salvaje de una ola. 
No se pregunta por qué se fue. Se pregunta hacia dónde. 
Su cabeza de cretáceo no puede concebir un abandono, sólo un extravío. 
Es puro volar sin calma, un vivir buscándola para salvarla y salvarse al tiempo que la salva. Sin ella, volar es un acto inútil. 
Se tropieza con las nubes y confunde el cielo con el mar. Va de un lado hacia otro, desorientado y torpe. Fatiga tanto el vuelo si se vuela solo. No quiere volar. Quiere querer. 
No los unían los proyectos ni la costumbre. Los unía el volar sabiendo que el otro volaba al lado. Los unía ese voltear la cabeza en el mismo instante como para decirse: 
¿Ves?, estamos volando. 


Con larval inocencia un pterodáctilo busca a su pterodáctila. El no sabe nada de la muerte. Sólo sabe planear con ella como dos gigantes remeros del espacio. Sólo sabe que un pterodáctilo y una pterodáctila son un mismo cuerpo. Y ahora a él le falta una parte. 
Ella murió una noche en que los cielos eran dorados. Aún está sobre la arena su cadáver fosilizándose, pero él insiste en la búsqueda porque eso no es ella, no es su pterodáctila: le falta el vuelo, la mirada y el olor del amor: Ignora las leyes de la naturaleza, cree en el reencuentro. Si necesita a su pterodáctila tiene que ser porque en algún sitio ella lo espera. 
Vuela chocando contra todas las salientes de la noche. Va una y otra vez por los lugares que conocieron juntos. Desde la orilla de aquel lago vieron la primera lluvia de estrellas, en ese cráter la tuvo entre sus alas. Vuelve al cielo. Insiste en la búsqueda. Es una esperanza en vuelo y condenada. 
Desde lo alto de la noche color magenta se lanza en picada. Solitario y en silencio se desploma en ese fragmento de playa que nunca quiso mirar. 

Es la tarde

Es la tarde,
Y en ella estoy….
Dormito en palabras agridulces
Recorro el barro en soledad
Pienso
Juego a detener las ideas enruladas en el tiempo,
Y como un mago de plaza las detengo y las vuelvo paloma
Me desarmo.
Evito no correr, evitar me da asco y corro
Y corro hasta sentir el vuelo
Alas del color de la luna
Amo el paisaje, amos mis manos y el camino.
En él, encuentro una nube gris que me detiene en el instante. Camino hacia ella y la observo detenidamente, nada me importa ya, sólo quiero mirarla y saber qué es, quién es y por qué está ahi, así.  Es mi alma. ¿Eres alma, mi alma mía? Sí, soy tu alma por eso me ves, sólo vos podes verme y reconocer mi olor que te pertenece...
La vi desecha, sucia, como moribunda, estropeada y triste, muy triste recostada al costadito del pasaje. Como abandonada:
La levanto y le ofrezco chocolate caliente y pan
La lavo con un paño de agua tibia y le digo: dale, te doy este cuerpo y todo lo tengo para que seas lo que quieras ser. Vas a ser libre en mí como en los viejos tiempos, hasta quizás algún día me puedas contar de dónde venimos y como éramos. Cómo era todo…
Y le susurro una canción cualquiera que ella conocía y silbó…
Como peces, mis piernas  comenzaron a brillar y mis ojos se fueron con el humo del silencio.
Me pregunto: ¿qué habrá en la isla? ¿qué es lo que no puedo entender?
El agua me responde a su manera: en reflejos ebrios y mojados
A su vez los árboles me visten en sombra y entiendo que nada de preguntas, solo cerrar los ojos y ya está bien…. El viento masajea mis hombros.
Soñando…
En versos,
Dormitando…como un niño, un hombre
Me despierto a su lado.
A los almendros prefiera desvío por jardín de mar, con ese nombre quién no elige la deviación. Y el cielo tan clarito… pero ya viene Nancy, siempre va a venir Nancy a decir que le robaron la cartera y va a llamar a los carabineros. Después dormir con ese miedo. Aguantar, aguaitar y esperar. Volver a dormir con ese miedo que se propulsa de los latidos al cuerpo entero, pululando en los parpados, burbujeando en la panza. Burbujeando como espuma de mar. Olas gordas, enormes que explotan saltarinas, toda una columna de agua cayendo sobre la arena y que apenas la toca, cada partícula quiere ir hacia un lugar diferente. Se chocan entre sí, dibujan transversales, bailan en todos los tiempos posibles. Quisiera que vos fueras esa ola, que me caigas encima, me humedezcas, me arrebates y luego, con lenta caricia, te vuelvas a armar para salir a la carga enseguida nuevamente. Pero no, yo soy una nube, una nebulosa tan lejana y vos verde cañaveral. Ya vuelve Nancy, con esa cara de compungida como una bocanada de los peores alientos. Aliento de hambre, aliento de mil tabacos, aliento de fin de fiesta con muchísimo postre. Ya sé que se llevaron el recuerdo de tu padre pero no es mi culpa, que me requisen nomás. Ese miedo animal, infernal, al rojo vivo, corriendo por todo el lugar como si hubiera existido desde siempre y sólo hubiera estado durmiendo. Y te conozco, pero por qué estás tan distante… Bah! Cosa fea andar necesitando constante demostraciones de afecto para sentirse bien, contenida, que tontería! Ya nadie va a escuchar tu remera… pobrecito Che! Que ideología, que hermosa genialidad. Y se quedaron sólo con tu rostro de ojos apasionados pero bien muerto, no sea cosa… que viva la patria grande, que viva la pacha mama y que vivan las abuelitas.
Y nos fuimos del lugar con la enredadera de la culpa entre los huesos, por un hecho que nos salpico desde las cercanías. Como una bombucha, estalló ahí cerquita nomás, ¿había empezado el carnaval? Si de algo estábamos seguros era que no habíamos sido… sin embargo, nos invadía la idea de caer en cana, del encierro, ¿a quién no? de que como por arte de magia la billetera de Nancy, la victima de esta historia, apareciera en la mesita de luz de nuestra habitación arrendada con tanto esfuerzo y alegría.  Caminamos en silencio con presión en la garganta y un airecito seco que ahogaba a nuestro símbolo de la libertad recorrió nuestros cuerpos que ya se movían maquinalmente, ¡tan maquinal! como los animales de porcelana girando y de arriba abajo formando úes y eses en el aire, atmósfera de niños que subiendo y bajando intentan obtener la sortija que pende de un hilo, como se me ocurre, pende el tiempo; las horas que hoy nos unen y que lentamente nos separaran, del hoy, de nosotros, de nuestras compañías, del carrusel verde de la plaza que nos cruzaba una a una las mañanas, los minutos de cantar y correr con las palomas.. (un zapping, la vida se vuelve un zapping sinó nos detenemos a reflexionar) a medida que nos apartamos de los ojos de pajarito sin mamá de Nancy se nos fue dando el sol y los cerros se volvieron amarillos y violetas y rojos y azules por todos sus rincones y dijiste ojala que la encuentre y nuestros dedos se ablandaron como un sapo debajo de la lluvia, como gotas resbalamos por las calles que nos dejarían en la pintoresca plaza del centro: la del tobogán de madera, un poema aceitado en versos bonitos para nuestra lengua de peperina con menta en un mate lavado que comenzó a circular haciendo que nos comunicáramos casi en silencio, un silencio de ciudad, de a rato, un silencio imposible. Nuestras manos se rozaban cada poquísimos metros, unas cuantas baldosas, un bache, algún perro de panza en el suelo, unos cuantos vendedores ambulantes, pegados, muy pegaditos, incontables autos y colectivos y ahí estaban las manos de nuevo diciendo hola o algo más interesante. Pienso en los peces debajo del mar y en la libertad de mis piernas al caminar por donde se le dan las ganas. Llegamos a la plaza y vos dijiste seguro la encontró.
Cayendo de boca en otra historia, de un golpe y a otra cosa mariposa, haciendo pis en otro país ya nos estaba despidiendo el viejo que tenía la cara de un niño, los ojos infantiles y una sonrisa que dejaba ver todos los dientes pero que al llegar a la cúspide, en la comisura misma de los labios caía imperceptiblemente y se podía ver ahí la tristeza de su alma. Un viejo que se refugia en las tinieblas del alcohol, que arma sus propios laberintos, que simula jugando a ser feliz pero no puede evitar que se le caigan las lágrimas en todas las esquinas. Lágrimas que atesora en todos sus cajones y paisajes como Nancy que guardaba una foto gastada del padre amado y temido pero que ya le robaron…
Y bailamos desnudos al son de los vientos y cueros tensados con fuego y fuerza de muñeca. Bailaste viejo, antes de irnos al país de al lado te vimos bailar con una sombrilla rota y colorada. Te levantabas de una siesta, dormías la mona quizás y nos viste que nos íbamos y medio tristón, a lo clásico diste una vueltita y medio que perdiste el equilibrio y te agarraste a la sombrilla que estaba en el tacho de la basura y te envolviste en ella, ¡la sacaste a bailar! fuiste su bailarín y ella tu compañera de un baile sin música sin pista, con sal y arena besaste mi cachete peludo y el de ella rosa y suave como la panza de un bebe, besaste.
Esa sombrilla que para el mundo era basura y que para vos era como esos tesoros que soñaste encontrar en los barcos hundidos o en las cavernas. Era para vos la felicidad, la cordillera, como esa sensación que tenés cuando encontrás los ojos de tu hijo o los de ella, la mujer a la que desilusionaste y que te da pánico cruzar por miedo a quedar preso realmente en una felicidad de pacotilla. Pero ya sabíamos que se puede hasta comer de la basura y si cerramos los ojos aún se nos viene el gustitoo del pollo que vino envuelto en bolsa de consorcio y al por mayor, por eso te entendimos y quisimos, por un segundo, dejar todo el equipaje y bailar con vos al ritmo del mar.

SE CANTA AL MAR


Nada podrá apartar de mi memoria
La luz de aquella misteriosa lámpara,
Ni el resultado que en mis ojos tuvo
Ni la impresión que me dejó en el alma.
Todo lo puede el tiempo, sin embargo
Creo que ni la muerte ha de borrarla.
Voy a explicarme aquí, si me permiten,
Con el eco mejor de mi garganta.
Por aquel tiempo yo no comprendía
Francamente ni cómo me llamaba,
No había escrito aún mi primer verso
Ni derramado mi primera lágrima;
Era mi corazón ni más ni menos
Que el olvidado kiosko de una plaza.
Mas sucedió que cierta vez mi padre
Fue desterrado al sur, a la lejana
Isla de Chiloé donde el invierno
Es como una ciudad abandonada.
Partí con él y sin pensar llegamos
A Puerto Montt una mañana clara.
Siempre había vivido mi familia
En el valle central o en la montaña,
De manera que nunca, ni por pienso,
Se conversó del mar en nuestra casa.
Sobre este punto yo sabía apenas
Lo que en la escuela pública enseñaban
Y una que otra cuestión de contrabando
De las cartas de amor de mis hermanas.
Descendimos del tren entre banderas
Y una solemne fiesta de campanas
Cuando mi padre me cogió de un brazo
Y volviendo los ojos a la blanca,
Libre y eterna espuma que a lo lejos
Hacia un país sin nombre navegaba,
Como quien reza una oración me dijo
Con voz que tengo en el oído intacta:
"Este es, muchacho, el mar". El mar sereno,
El mar quebaña de cristal la patria.
No sé decir por qué, pero es el caso
Que una fuerza mayor me llenó el alma
Y sin medir, sin sospechar siquiera,
La magnitud real de mi campaña,
Eché a correr, sin orden ni concierto,
Como un desesperado hacia la playa
Y en un instante memorable estuve
Frente a ese gran señor de las batallas.
Entonces fue cuando extendí los brazos
Sobre el haz ondulante de las aguas,
Rígido el cuerpo, las pupilas fijas,
En la verdad sin fin de la distancia,
Sin que en miser moviéraseun cabello,
¡Como la sombra azul de las estatuas!
Cuánto tiempo duró nuestro saludo
No podrían decirlo las palabras.
Sólo debo agregar que en aquel día
Nació en mi mente la inquietud y el ansia
De hacer en verso lo que en ola y ola
Dios a mi vista sin cesar creaba.
Desde ese entonces data la ferviente
Y abrasadora sed que me arrebata:
Es que, en verdad, desde que existe el mundo,
La voz del mar en mi persona estaba.

Nicanor Parra.

matelavao

Te acostumbraste a tomar mate lavado y pensaste que la vida era eso gurí.
Te acostumbraste a tomar mate lavado y te creíste el cuentito gurí y con el índice del dedo dibujaste en el aire su nombre de cobre y el dios de la humedad, la babosa, el gusano se alimentaron de tus ojos.
Te acostumbraste a tomar mate lavado y te acostumbraste no más.
¡Te acostumbraste a tomar mate lavado gurisa!
Te acostumbraste a tomar mate lavado creyendo que jamás te podrías acostumbrar a eso. Sí, a eso y a tantas otras cosas te acostumbraste gurisa.
Pero siempre hay un pero antes del peor. No hay cabeza vacía de pero. Pero. Pero, pero, por aquí, por allá. Pero.
Y después del pero: inventar, invitar, estallar y tantos verbos como árboles en el mundo.
Te acostumbraste a tomar mate lavado…

Pero, y acá prendo el fuego, gracias a ello: al mate y su lavado constante, descubriste en el rincón oscuro del cuarto lo que en la playa nunca. Con la calabaza en la mano, los dientes verdes, la lengua amarga, los ojos vidriosos, las uñas como garras, las rodillas trémulas, el corazón afiliado, cual viejo a la tristeza, a que el timbre no suene y la cabeza, aliada de la creatividad y el suicidio marcándote el invisible norte de los sueños, despeinada. Del rincón más oscuro del cuarto nació la belleza de la mariposa, y con ella, todos los colores y las luces del sonido de su vuelo.