Es común ver mariposas en mi casa, sobre todo en los días
calidos y coloridos. Como también al colibrí verde y dorado que nos visita
después de cada lluvia. Llega, bebe el agua de las plantas, se carga de polen,
agita sus alas, dá algunas vueltas, descansa… Me observa desde una pequeña
rama, más finita que su pico, con los ojos negros y brillosos haciéndome sentir
que allá afuera, en los cielos, o más allá, en algún lado, todo está en
movimiento. Todo sigue algún curso…
… Me hace pensar que el todo y la nada se pueden encontrar
en cualquier esquina y ser “algo”, otro “algo”, como lo es el arcoiris en días
de soles lluviosos. Como lo son, también, las ramas del viejo ombú anudadas en
fuertes abrazos. Pienso que el todo y la nada, juntos, van a reaparecer,
brillar por detrás de los vientos, aquellos vientos ahumados y grises con olor
a tabaco de ciudad vieja o tal vez otros vientos, quién sabe cuales…
-La mariposa en la ventana me traslada… me dejo llevar y
empiezo a caminar por sitios infinitos…-.
El mar, sigue ahí. Lo veo y escucho, en su pozo, con los
remolinos de arena, esperando, uniendo fronteras, bañando a la luna con
granitos de sal, escupiendo barcos, cantando con sirenas y pescadores borrachos
canciones de cuna. Los ríos, nobles, arrastrándose como víboras, siguiendo sus
viajes, limpiando la tierra, nutriendo los barros, salvando a viajeros animales
de dos y cuatro patas, viajeros animales con o sin alas, viajeros animales con
y sin mapas. Los montes, oxígenos, tratando de tocar el sol y de nos ser
desterrados, resistiendo, esperando, ¡desesperando!, soñando que pueden correr
y defenderse del monstruo de dos manos. El mismo, ese mismo, que aterra al
cóndor, la ballena, el oso y el tiburón. Gigante que asusta al búho en su nido
y despierta grandes temores en los seres más libres y maravillosos.
Todo está ahí, sigue allí. Aquí y allí: en la noche, en los
granos de café, en mi cabeza, en aquella rama, en la ventana más fría de la
casa, en la nada, en la mariposa que olvidó escaparse de los vientos azules. En
la razón, la pimienta, la imaginación y la locura por querer pertenecer al mundo de los
perdidos. En el humo del cigarrillo, en las bocas secas, en las telas de araña,
en los libros húmedos por el vapor de los sueños, en los conejos que el vino me
hace ver, en la comida debajo de la almohada, en un amor desprolijo, en el tic
tac del tiempo. En la sirena y el pescador, en los triángulos de la memoria, en
los bailes del olvido y hasta en los rincones más oscuros.
Todo, como en un cuadro, como en un gigante cuadro de
espejos, todo sigue aquí, ahí. Aquí y allí.
A veces, por la noche, los colores cambian de cuadro.
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