Llueve y el agua me bebe de un sorbo.
Un vaso de mí para la señorita y de una sola vez me voy en
su profundidad: como jugo de uva, roca que desciende y penetra en la luna y en
sus curvas mojadas de río. En círculos me pierdo en su cuerpo…
Maravilloso, ni una gota queda de mí. Ni una...
Ni de lo que muestro cuando duermo, ni de lo que cuando en
silencio espero la llegada del silencio que encienden tus labios y luego la instantánea
de tu boca echando humo dibujando un cono de luz al infinito.
Ni una gota de mí. Sólo el cuadrado solitario de la soledad
que me cubría en una noche no muy fría. Una de las tantas que me aleja de la
leche y el cachorro. Ahora ese cuadrado
es de las hormigas y la arena y parece estar esperando mi regreso. Como ese
naufrago que aguarda por ella. Como mi yo enamorado (antes de pertenecerle al agua la esperaba casi desesperando…)
Maravilloso, ni una gota quedó de mí. Dentro de la lluvia no
parece llover tanto y me muevo como un reptil buscando gelatinosamente el sito
donde quedarme a contemplar el camino. Nunca había sentido mi cuerpo moverse de
esa manera. ¿Por dónde iré? No sé, no puedo abrir los ojos, apenas los abro los
tengo que cerrar, nunca pude mantenerlos abiertos largos ratos debajo del agua.
Aprendí a escuchar las rocas gruñir en el poso e imaginar la forma y el color
que hacen a los peces, de esta manera, solo por la magia de la textura, y a
esos árboles caídos en la gravedad. A imaginarme nadando, respirando debajo del
agua.
Por ríos como venas, por un mar de estómago, agrio y lleno
de vida, todo, absolutamente todo en el mundo de las aguas está como prendido
fuego: hay llamitas azules; por todos
lados brillan brazas y las algas como hadas avivan la luz y se ríen amistosas y
bailan y yo sólo voy, imaginándolas me muevo, siendo de agua como de música cuando me elevo
en vibraciones y mi cuerpo es de aire, de aire… sin ventanas a la vista.
Las raíces ya están satisfechas, el ombú mojado y con la
panza llena, los tilos, el jacaranda, las cosas comienzan a brillar en el
reflejo espejado del nuevo sol que muy tímido, como una naranja, se eleva al
final de la calle secando los cuerpos. Los pájaros cantan, las persianas
chillan y como desperezándose saludan al sol y yo me rasco la cabeza, me quito
los zapatos y me siento en el cordón de la vereda…
Mojado
Estoy a su orilla….
A su lado…
la escucho, la siento correr por mis pies…
Pienso en
la comunicación, en el gusano, en el aquí y ahora….
Ya no llueve y ya no espero.
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