A los almendros prefiera desvío por
jardín de mar, con ese nombre quién no elige la deviación. Y el cielo
tan clarito… pero ya viene Nancy, siempre va a venir Nancy a decir que le
robaron la cartera y va a llamar a los carabineros. Después dormir con ese
miedo. Aguantar, aguaitar y esperar. Volver a dormir con ese miedo que se
propulsa de los latidos al cuerpo entero, pululando en los parpados,
burbujeando en la panza. Burbujeando como espuma de mar. Olas gordas, enormes
que explotan saltarinas, toda una columna de agua cayendo sobre la arena y que
apenas la toca, cada partícula quiere ir hacia un lugar diferente. Se chocan
entre sí, dibujan transversales, bailan en todos los tiempos posibles. Quisiera
que vos fueras esa ola, que me caigas encima, me humedezcas, me arrebates y
luego, con lenta caricia, te vuelvas a armar para salir a la carga enseguida
nuevamente. Pero no, yo soy una nube, una nebulosa tan lejana y vos verde
cañaveral. Ya vuelve Nancy, con esa cara de compungida como una bocanada de los
peores alientos. Aliento de hambre, aliento de mil tabacos, aliento de fin de
fiesta con muchísimo postre. Ya sé que se llevaron el recuerdo de tu padre pero
no es mi culpa, que me requisen nomás. Ese miedo animal, infernal, al rojo vivo,
corriendo por todo el lugar como si hubiera existido desde siempre y sólo
hubiera estado durmiendo. Y te conozco, pero por qué estás tan distante… Bah!
Cosa fea andar necesitando constante demostraciones de afecto para sentirse
bien, contenida, que tontería! Ya nadie va a escuchar tu remera… pobrecito Che!
Que ideología, que hermosa genialidad. Y se quedaron sólo con tu rostro de ojos
apasionados pero bien muerto, no sea cosa… que viva la patria grande, que viva
la pacha mama y que vivan las abuelitas.
Y nos fuimos del lugar con la
enredadera de la culpa entre los huesos, por un hecho que nos salpico
desde las cercanías. Como una bombucha, estalló ahí cerquita nomás, ¿había
empezado el carnaval? Si de algo estábamos seguros era que no habíamos sido…
sin embargo, nos invadía la idea de caer en cana, del encierro, ¿a quién no? de
que como por arte de magia la billetera de Nancy, la victima de esta historia,
apareciera en la mesita de luz de nuestra habitación arrendada con tanto
esfuerzo y alegría. Caminamos en
silencio con presión en la garganta y un airecito seco que ahogaba a nuestro
símbolo de la libertad recorrió nuestros cuerpos que ya se movían maquinalmente,
¡tan maquinal! como los animales de porcelana girando y de arriba abajo
formando úes y eses en el aire, atmósfera de niños que subiendo y bajando
intentan obtener la sortija que pende de un hilo, como se me ocurre, pende el
tiempo; las horas que hoy nos unen y que lentamente nos separaran, del hoy, de
nosotros, de nuestras compañías, del carrusel verde de la plaza que nos cruzaba
una a una las mañanas, los minutos de cantar y correr con las palomas.. (un
zapping, la vida se vuelve un zapping sinó nos detenemos a reflexionar) a
medida que nos apartamos de los ojos de pajarito sin mamá de Nancy se nos fue
dando el sol y los cerros se volvieron amarillos y violetas y rojos y azules
por todos sus rincones y dijiste ojala que la encuentre y nuestros dedos se
ablandaron como un sapo debajo de la lluvia, como gotas resbalamos por las
calles que nos dejarían en la pintoresca plaza del centro: la del tobogán de
madera, un poema aceitado en versos bonitos para nuestra lengua de peperina con
menta en un mate lavado que comenzó a circular haciendo que nos comunicáramos
casi en silencio, un silencio de ciudad, de a rato, un silencio imposible.
Nuestras manos se rozaban cada poquísimos metros, unas cuantas baldosas, un
bache, algún perro de panza en el suelo, unos cuantos vendedores ambulantes,
pegados, muy pegaditos, incontables autos y colectivos y ahí estaban las manos
de nuevo diciendo hola o algo más interesante. Pienso en los peces debajo del
mar y en la libertad de mis piernas al caminar por donde se le dan las ganas.
Llegamos a la plaza y vos dijiste seguro la encontró.
Cayendo de boca en otra historia,
de un golpe y a otra cosa mariposa, haciendo pis en otro país ya nos
estaba despidiendo el viejo que tenía la cara de un niño, los ojos infantiles y
una sonrisa que dejaba ver todos los dientes pero que al llegar a la cúspide,
en la comisura misma de los labios caía imperceptiblemente y se podía ver ahí
la tristeza de su alma. Un viejo que se refugia en las tinieblas del alcohol,
que arma sus propios laberintos, que simula jugando a ser feliz pero no puede
evitar que se le caigan las lágrimas en todas las esquinas. Lágrimas que
atesora en todos sus cajones y paisajes como Nancy que guardaba una foto
gastada del padre amado y temido pero que ya le robaron…
Y bailamos desnudos al son de los
vientos y cueros tensados con fuego y fuerza de muñeca. Bailaste viejo,
antes de irnos al país de al lado te vimos bailar con una sombrilla rota y
colorada. Te levantabas de una siesta, dormías la mona quizás y nos viste que
nos íbamos y medio tristón, a lo clásico diste una vueltita y medio que
perdiste el equilibrio y te agarraste a la sombrilla que estaba en el tacho de
la basura y te envolviste en ella, ¡la sacaste a bailar! fuiste su bailarín y
ella tu compañera de un baile sin música sin pista, con sal y arena besaste mi
cachete peludo y el de ella rosa y suave como la panza de un bebe, besaste.
Esa sombrilla que para el mundo era
basura y que para vos era como esos tesoros que soñaste encontrar en los
barcos hundidos o en las cavernas. Era para vos la felicidad, la cordillera,
como esa sensación que tenés cuando encontrás los ojos de tu hijo o los de
ella, la mujer a la que desilusionaste y que te da pánico cruzar por miedo a
quedar preso realmente en una felicidad de pacotilla. Pero ya sabíamos que se
puede hasta comer de la basura y si cerramos los ojos aún se nos viene el gustitoo
del pollo que vino envuelto en bolsa de consorcio y al por mayor, por eso te
entendimos y quisimos, por un segundo, dejar todo el equipaje y bailar con vos
al ritmo del mar.
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