jueves, 10 de abril de 2014

A los almendros prefiera desvío por jardín de mar, con ese nombre quién no elige la deviación. Y el cielo tan clarito… pero ya viene Nancy, siempre va a venir Nancy a decir que le robaron la cartera y va a llamar a los carabineros. Después dormir con ese miedo. Aguantar, aguaitar y esperar. Volver a dormir con ese miedo que se propulsa de los latidos al cuerpo entero, pululando en los parpados, burbujeando en la panza. Burbujeando como espuma de mar. Olas gordas, enormes que explotan saltarinas, toda una columna de agua cayendo sobre la arena y que apenas la toca, cada partícula quiere ir hacia un lugar diferente. Se chocan entre sí, dibujan transversales, bailan en todos los tiempos posibles. Quisiera que vos fueras esa ola, que me caigas encima, me humedezcas, me arrebates y luego, con lenta caricia, te vuelvas a armar para salir a la carga enseguida nuevamente. Pero no, yo soy una nube, una nebulosa tan lejana y vos verde cañaveral. Ya vuelve Nancy, con esa cara de compungida como una bocanada de los peores alientos. Aliento de hambre, aliento de mil tabacos, aliento de fin de fiesta con muchísimo postre. Ya sé que se llevaron el recuerdo de tu padre pero no es mi culpa, que me requisen nomás. Ese miedo animal, infernal, al rojo vivo, corriendo por todo el lugar como si hubiera existido desde siempre y sólo hubiera estado durmiendo. Y te conozco, pero por qué estás tan distante… Bah! Cosa fea andar necesitando constante demostraciones de afecto para sentirse bien, contenida, que tontería! Ya nadie va a escuchar tu remera… pobrecito Che! Que ideología, que hermosa genialidad. Y se quedaron sólo con tu rostro de ojos apasionados pero bien muerto, no sea cosa… que viva la patria grande, que viva la pacha mama y que vivan las abuelitas.
Y nos fuimos del lugar con la enredadera de la culpa entre los huesos, por un hecho que nos salpico desde las cercanías. Como una bombucha, estalló ahí cerquita nomás, ¿había empezado el carnaval? Si de algo estábamos seguros era que no habíamos sido… sin embargo, nos invadía la idea de caer en cana, del encierro, ¿a quién no? de que como por arte de magia la billetera de Nancy, la victima de esta historia, apareciera en la mesita de luz de nuestra habitación arrendada con tanto esfuerzo y alegría.  Caminamos en silencio con presión en la garganta y un airecito seco que ahogaba a nuestro símbolo de la libertad recorrió nuestros cuerpos que ya se movían maquinalmente, ¡tan maquinal! como los animales de porcelana girando y de arriba abajo formando úes y eses en el aire, atmósfera de niños que subiendo y bajando intentan obtener la sortija que pende de un hilo, como se me ocurre, pende el tiempo; las horas que hoy nos unen y que lentamente nos separaran, del hoy, de nosotros, de nuestras compañías, del carrusel verde de la plaza que nos cruzaba una a una las mañanas, los minutos de cantar y correr con las palomas.. (un zapping, la vida se vuelve un zapping sinó nos detenemos a reflexionar) a medida que nos apartamos de los ojos de pajarito sin mamá de Nancy se nos fue dando el sol y los cerros se volvieron amarillos y violetas y rojos y azules por todos sus rincones y dijiste ojala que la encuentre y nuestros dedos se ablandaron como un sapo debajo de la lluvia, como gotas resbalamos por las calles que nos dejarían en la pintoresca plaza del centro: la del tobogán de madera, un poema aceitado en versos bonitos para nuestra lengua de peperina con menta en un mate lavado que comenzó a circular haciendo que nos comunicáramos casi en silencio, un silencio de ciudad, de a rato, un silencio imposible. Nuestras manos se rozaban cada poquísimos metros, unas cuantas baldosas, un bache, algún perro de panza en el suelo, unos cuantos vendedores ambulantes, pegados, muy pegaditos, incontables autos y colectivos y ahí estaban las manos de nuevo diciendo hola o algo más interesante. Pienso en los peces debajo del mar y en la libertad de mis piernas al caminar por donde se le dan las ganas. Llegamos a la plaza y vos dijiste seguro la encontró.
Cayendo de boca en otra historia, de un golpe y a otra cosa mariposa, haciendo pis en otro país ya nos estaba despidiendo el viejo que tenía la cara de un niño, los ojos infantiles y una sonrisa que dejaba ver todos los dientes pero que al llegar a la cúspide, en la comisura misma de los labios caía imperceptiblemente y se podía ver ahí la tristeza de su alma. Un viejo que se refugia en las tinieblas del alcohol, que arma sus propios laberintos, que simula jugando a ser feliz pero no puede evitar que se le caigan las lágrimas en todas las esquinas. Lágrimas que atesora en todos sus cajones y paisajes como Nancy que guardaba una foto gastada del padre amado y temido pero que ya le robaron…
Y bailamos desnudos al son de los vientos y cueros tensados con fuego y fuerza de muñeca. Bailaste viejo, antes de irnos al país de al lado te vimos bailar con una sombrilla rota y colorada. Te levantabas de una siesta, dormías la mona quizás y nos viste que nos íbamos y medio tristón, a lo clásico diste una vueltita y medio que perdiste el equilibrio y te agarraste a la sombrilla que estaba en el tacho de la basura y te envolviste en ella, ¡la sacaste a bailar! fuiste su bailarín y ella tu compañera de un baile sin música sin pista, con sal y arena besaste mi cachete peludo y el de ella rosa y suave como la panza de un bebe, besaste.
Esa sombrilla que para el mundo era basura y que para vos era como esos tesoros que soñaste encontrar en los barcos hundidos o en las cavernas. Era para vos la felicidad, la cordillera, como esa sensación que tenés cuando encontrás los ojos de tu hijo o los de ella, la mujer a la que desilusionaste y que te da pánico cruzar por miedo a quedar preso realmente en una felicidad de pacotilla. Pero ya sabíamos que se puede hasta comer de la basura y si cerramos los ojos aún se nos viene el gustitoo del pollo que vino envuelto en bolsa de consorcio y al por mayor, por eso te entendimos y quisimos, por un segundo, dejar todo el equipaje y bailar con vos al ritmo del mar.

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