Te acostumbraste a tomar mate lavado y pensaste que la vida
era eso gurí.
Te acostumbraste a tomar mate lavado y te creíste el
cuentito gurí y con el índice del dedo dibujaste en el aire su nombre de cobre
y el dios de la humedad, la babosa, el gusano se alimentaron de tus ojos.
Te acostumbraste a tomar mate lavado y te acostumbraste no
más.
¡Te acostumbraste a tomar mate lavado gurisa!
Te acostumbraste a tomar mate lavado creyendo que jamás te
podrías acostumbrar a eso. Sí, a eso y a tantas otras cosas te acostumbraste
gurisa.
Pero siempre hay un pero antes del peor. No hay cabeza vacía
de pero. Pero. Pero, pero, por aquí, por allá. Pero.
Y después del pero: inventar, invitar, estallar y tantos
verbos como árboles en el mundo.
Te acostumbraste a tomar mate lavado…
Pero, y acá prendo el fuego, gracias a ello: al mate y su
lavado constante, descubriste en el rincón oscuro del cuarto lo que en la playa
nunca. Con la calabaza en la mano, los dientes verdes, la lengua amarga, los
ojos vidriosos, las uñas como garras, las rodillas trémulas, el corazón
afiliado, cual viejo a la tristeza, a que el timbre no suene y la cabeza,
aliada de la creatividad y el suicidio marcándote el invisible norte de los
sueños, despeinada. Del rincón más oscuro del cuarto nació la belleza de la
mariposa, y con ella, todos los colores y las luces del sonido de su vuelo.
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