sábado, 16 de mayo de 2015

Salvo el Crepúsculo - Julio Cortázar
No sé qué es la belleza; esto es hermoso,

Me enojaré, amor mío, sin que sea por ti,
y compraré bombones pero no para ti,
me pararé en la esquina a la que no vendrás,
y diré las palabras que se dicen
y comeré las cosas que se comen
y soñaré los sueños que se sueñan
y sé muy bien que no estarás,
ni aquí dentro, la cárcel donde aún te retengo,
ni allí fuera, este río de calles y de puentes.

-En fin –digo yo para traerlos de este lado de los acorazados-, lo que me queda por agregar es que estos meopas tienen algo de táctil, de tangible en el sentido de piezas de un mosaico que la mano y el ojo pueden recombinar interminablemente; los versos o las estrofas no son tan sólo bloques semánticos sino que constituyen piezas mentales, dados, peones, elementos que el jugador lanza sobre el tapete del azar.

En la bóveda de la tarde cada pájaro es un punto
del recuerdo.
Asombra a veces que el fervor del tiempo
vuelva, sin cuerpo vuelva, ya sin motivo vuelva;
que la belleza, tan breve en su violento amor
nos guarde un eco en el descenso de la noche.

Creo que soy porque te invento,
alquimia de águila en el viento
desde la arena y las penumbras,
y tú en esa vigilia alientas
la sombra con la que me alumbras
y el murmurar con que me inventas.

Si hablo de eso es porque al despertar arrastro conmigo jirones de sueños pidiendo escritura, y porque desde siempre he sabido que esa escritura -poemas, cuentos, novelas- era la sola fijación que me ha sido dada para no disolverme en ése que bebe su café matinal y sale a la calle para empezar un nuevo día. Nada tengo en contra de mi vida diurna, pero no es por ella que escribo. Desde muy temprano pasé de la escritura a la vida, del sueño a la vigilia. La vida aprovisiona los sueños pero los sueños devuelven la moneda profunda de la vida. En todo caso así es como siempre busqué o acepté hacer frente a mi trabajo diurno de escritura, de fijación que es también reconstitución. Así ha ido naciendo todo esto.

Y un final de soneto, escrito después de haber visto Buenos Aires de noche, desde el balcón de un décimo piso:
Y la ciudad parece así, dormida,
Una pradera nocturnal, florida
Por un millón de blancas margaritas.
Bonito, ¿no? Nocturnal... el pibe ya no le tenía miedo a las palabras, aunque todavía no supiera qué hacer con ellas.

- Se te nota el tiempo –dice Polanco.
- Oh sí –digo yo que de golpe me siento capaz de volver a escribir “oh” sin sentirme idiota.

Ahora escribo pájaros.
No los veo venir, no los elijo,
de golpe están ahí, son esto,
una bandada de palabras
posándose
una
a
una
en los alambres de la página,
chirriando, picoteando, lluvia de alas
y yo sin pan que darles, solamente
dejándolos venir. Tal vez
sea eso un árbol
o tal vez
el amor.

Un amigo me dice: "Todo plan de alternar poemas con prosas es suicida, porque los poemas exigen una actitud, una concentración, incluso un enajenamiento por completo diferentes de la sintonía mental frente a la prosa, y de ahí que tu lector va a estar obligado a cambiar de voltaje a cada página y así es como se queman las bombitas".
Puede ser, pero sigo tercamente convencido de que poesía y prosa se potencian recíprocamente y que lecturas alternadas no las agreden ni derogan.

Hablo de mí, cualquiera se da cuenta,
pero ya llevo tiempo (siempre tiempo)
sabiendo que en el mí estás vos también,
y entonces:

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.

qué hermoso era saber que estabas
ahí como un remanso,
sola conmigo al borde de la noche,
y que durabas, eras más que el tiempo.

Discurso del no método, método del no discurso, y así vamos.
Lo mejor: no empezar, arrimarse por donde se pueda. Ninguna cronología, baraja tan mezclada que no vale la pena. Cuando haya fechas al pie, las pondré. O no. Lugares, nombres. O no. De todas maneras vos también decidirás lo que te dé la gana. La vida: hacer dedo, auto-stop, hitchhiking: se da o no se da, igual los libros que las carreteras.
Ahí viene uno. ¿Nos lleva, nos deja plantados?

Todo esto no pasará de los límites de tu cuarto
pero levantarás una gran ciudad
de medianoche a medianoche
una ciudad corazón una ciudad memoria una ciudad
infamia
La ciudad del hombre crecerá en el hombre de la ciudad.

y de pie ante el espejo interrogándose
cada uno a sí mismo
ya no mirándose entre ellos
ya no desnudos para el otro
ya no te amo,
mi amor.

y si el doctor Barnard transplanta un corazón
preferiríamos mil veces que la felicidad de cada cual
fuese el exacto, necesario reflejo de la vida
hasta que el corazón insustituible dijera
dulcemente basta.

para que a fuego lento empiece
la danza cadenciosa de la hoguera
tejiéndonos en ráfagas, en hélices,
ir y venir de un huracán de humo-

Vení a dormir conmigo:
No haremos el amor, él nos hará.

Este río sale del cielo y se acomoda para durar

Aparte que no olvida, porque es arte de pocos,
lo que quiso, esa sopa de estrellas y de letras
que infatigable comerá
en numerosas mesas de variados hoteles,
la misma sopa, pobre tipo,
hasta que el pescadito intercostal se plante y diga basta.

Nunca quise mariposas clavadas en un cartón; busco una ecología poética, atisbarme y a veces reconocerme desde mundos diferentes, desde cosas que sólo los poemas no habían olvidado y me guardaban como viejas fotografías fieles. No aceptar otro orden que el de las afinidades, otra cronología que la del corazón, otro horario que el de los encuentros a deshora, los verdaderos.

Creo que sospecharás esto que ocurre,
como yo te presiento a la distancia en tu ciudad,
volviendo del paseo donde quizá juntaste
la misma florecita, un poco por botánica,
un poco porque aquí,
porque es preciso
que no estemos tan solos, que nos demos
un pétalo, aunque sea un pastito, una pelusa.

Poemas de bolsillo, de rato libre en el café, de avión en plena noche, de hoteles incontables.

Creo que no te quiero,
que solamente quiero la imposibilidad
tan obvia de quererte
como la mano izquierda enamorada de ese guante
que vive en la derecha.

Guarda tu amor humano, tu sonrisa, tu pelo. Dalos.
Ven a mí con tu cólera seca de fósforo y escamas.
Grita. Vomítame arena en la boca, rómpeme las
fauces.
No me importa ignorarte en pleno día,
saber que juegas cara al sol y al hombre.
Compártelo.
Yo te pido la cruel ceremonia del tajo,
la que nadie te pide: las espinas
hasta el hueso. Arráncame esta cara infame,
oblígame a gritar al fin mi verdadero nombre.

(Ceder; astucia de la carne,
la obra de amor a otra materia,
petrificar esa belleza
que burla el tiempo y lo rehace-)

No es la previsión del filo que me apartará de mí
mismo,
ni la sospecha científicamente desmentida del
después.
Lo que venga vendrá,
y no vendrá nada, y es mucho.

Sobre todo preguntas,
un decorado de preguntas.
Si se contesta es a la vez
y todo se confunde, ya no importa.

Por ahora lo que más nos gusta a Calac y a mí es que las cosas saltan como ranitas cadenciosas desde sus pozos de papel a la máquina de escribir que las pone en fila, y en eso los meopas se parecen muchísimo a mi gata Flanelle (honi soit qui mal y pense en la Argentina: Flanelle se llama así por su pelaje y no por su libido), que también brinca cada tanto a mi mesa para explorar lápices, pipas, y manuscritos. Todo aquí es tan libre, tan posible, tan gato.

La noche circular,
un río que en sí mismo desemboca.
Aquí los juegos,
simulacro y liturgia,
todo siendo y no siendo.

Mira qué pobre amante, incapaz de meterse en una
fuente
para traerte un pescadito rojo
bajo la rabia de gendarmes y niñeras.

Elige tu figura.
Están el santo, el juez, el heresiarca, el mártir y
el verdugo,
y el hijo pródigo al salir de casa
con un halcón sobre la mano.
Toma una carta y vete
por la vida.

Cómo no pensar, después, que de alguna manera la poesía es una palabra que se escucha con audífonos invisibles apenas el poema comienza a ejercer su encantamiento. Podemos abstraernos con un cuento o una novela, vivirlos en un plano que es más suyo que nuestro en el tiempo de lectura, pero el sistema de comunicación se mantiene ligado al de la vida circundante, la información sigue siendo información por más estética, elíptica, simbólica que se vuelva. En cambio el poema comunica el poema, y no quiere ni puede comunicar otra cosa.

Vení, quedate,
tomá este trago, llueve,
te mojarás en la rue Dauphine,
no hay nadie en los cafés repletos,
no te miento, no hay nadie.
Ya sé, es difícil,
es tan difícil encontrarse
este vaso es difícil,
este fósforo,

todo eso que es tan poco
yo lo quiero de vos porque te quiero.
Que mires más allá de mí,
que me ames con violenta prescindencia
del mañana, que el grito
de tu entrega se estrelle
en la cara de un jefe de oficina,
y que el placer que juntos inventamos sea otro signo de la libertad.

Fuimos todo eso juntos; sólo quedan
nuestros ojos a solas en el polvo del tiempo.

Inclinado, en el gesto
del que sacia la sed,
¿alguna vez veré
tu cara entre mis dedos?

Siempre fuiste mi espejo,
quiero decir que para verme tenía que mirarte.

No te voy a cansar con más poemas.
Digamos que te dije
nubes, tijeras, barriletes, lápices,
y acaso alguna vez
te sonreíste.

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