miércoles, 28 de mayo de 2014
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La poesía de un pueblo de todo un pueblo con sus niños y mujeres su circo coloreando el otoño de los trabajadores los caminos de tierra y el pasto los campos la leche el queso los abuelos los poetas físicos y músicos y soñadores del pueblo la poesía hoy se viste de azul vistiendo de azul al pueblo camuflándose en una noche tibia por el calor de los cuerpos que la hamacan los perros le ladran con voz ronca a las estrellas que se desparraman en el viento como brillantinas en jardín de infantes la tinta de algún enamorado en esta noche de cuerpos violetas cae como las hojas contando penas sueños y tiempos dorados una bicicleta suena en el pueblo a destartalado vuelo carrusel inestable y hermoso un abrazo llega a los huesos más profundos los huesos del alma un beso duerme en silencio los grillos despiertan al beso y se enciende un farolito entre dos callejuelas de tierra que jamás se cruzaran en el pueblo muchas hormigas trabajan bajo las telas de la luna cargando granos de maíz como miguitas de sol y miel formando renglones en el pino de la plaza donde el libertador ya inmóvil en la tinta como en su caballo hizo suya prestándole el nombre y la espada un bostezo un grito un sorbo de mate un saludo un cuento que llega a su última página una puerta de hierro que se abre dejando entrar al viento y a las moscas al rocío y a los gatos un viento cálido como caricia de abuela y de madre hace vibrar las campanitas de bienvenida un llamador de ángel unas cuantas sonrisas y por fin llegamos miradas de un día largo estamos cansados el perro ya no ladra ronca y apenas se mueve en el piso fresco de la casa que nos da el techo en pleno tango ardor y amor de un trago estiramos los músculos de las piernas y los brazos la flauta de pan del afilador se aleja con la tarde en agudos y graves los pensamientos ya son barcos de papel me queda la idea del mar tocando la arena de los corales que alguna vez toqué música de gaviotas salvaje y natural cuerpos como almas y el chin de las copas cerramos los ojos hasta mañana cascadas nubes la aurora el ocaso el naranja del buen día el gris del asfalto tocando talones y el canillita de voz y brazos flacos cantando lo nuevo lo que hay que saber en el día de hoy lo que unos pocos escribieron con la luna con el afán de que muchos los lean en el café y se detengan por un instante a meditar las palabras que de pucho en pucho eligieron con algún criterio cada una y de entre tantas que el de la media luna y café amargo nunca leyó y en el apuro de hacer se olvidó de ser y cuántos verbos vocales y consonantes en la hoguera del reloj prendiendo chispas y asados familiares que ya se siente el olor mira se ve el humo… allá… allá está el pueblo y su epopeya, allá va y viene moviéndose entre las hojas.
jueves, 10 de abril de 2014
Pterodáctilos, un relato de Jose Sbarra
1
En la era más estrambótica de la Tierra, los pterodáctilos fueron los únicos seres capaces de construir parejas absolutamente fieles.
En el caso de que muriese uno de los integrantes, el otro no formaba una nueva unión.
Si el pterodáctilo sobrevivía, dedicaba el resto de su existencia a deambular por los sitios frecuentados con su pterodáctila. Y realizaba este peregrinaje sin comer ni beber. Sin ir en búsqueda de otra compañera.
Poco a poco iba debilitándose hasta que moría, preferiblemente en el exacto lugar en el que había caído su pterodáctila.
2
Ella lo amaba. Volar hambrientos, pero juntos, le parece una fascinante aventura. Ama su coraje. Ama la paciencia de su vuelo sobre los volcanes. Lo considera un valiente. Ella lo ama. Ama que se olvide de comer por atrapar una piedra azul. Hay otros pterodáctilos, pero ninguno tiene su estrafalaria manera de planear. Ella lo ama. Desde el día en que conoció a ese tonto pterodáctilo nunca se separó de su lado. Por eso él sabe que ella lo ama.
3
En la sinfónica turbulencia de la atmósfera, entre nubes doradas, un pterodáctilo vuela junto a su pterodáctila. Sus ojos antediluvianos son los espejos del fuego en el corazón de los volcanes. Vuelan juntos. Como viajeros elegantes.
¿De qué sirve un pterodáctilo sin su pterodáctila?
Toda la Tierra con sus ardientes temperaturas y con sus inesperados desplazamientos les ordena amarse.
Y sobre la catedral volcánica del planeta, y sin saberlo, los pterodáctilos están amándose.
4
De pronto su vuelo se interrumpió. La pterodáctila cayó por un túnel transparente en el aire. Cayó sobre la arena como una roca. Como un meteorito atraído terriblemente por la Tierra.
Estaba en vuelo y el vuelo se detuvo como un amor que dice que no. Un instante de desconcierto y luego la pterodáctila cayó.
El pterodáctilo volaba a su lado. Supo el momento preciso en que su pterodáctila cayó. Pero no miró hacia abajo. Negó el vacío. La implacable vertical de la caída.
Miró hacia un costado y hacia otro. No la vio. Se resistió a aceptar lo demasiado obvio. Y no se animó a mirar hacia abajo. Con espanto volvió la cabeza hacia un costado y hacia el otro.
La buscó en todas las posibilidades de vuelo. Nunca miró hacia abajo.
Aterrizó en la playa.
Caminó con la vista más allá del presente, buscándola lejos. Lejos. Se detuvo sin verla. Intuyó la presencia de una roca nueva sobre la arena. El pterodáctilo cubrió su cara con cuarenta millones de años.
Una tras otra resbalaron sus monumentales lágrimas.
En la boca ígnea de los volcanes resonaron sus alaridos. Pero nunca miró hacia el sitio del dolor.
5
Vuela. No lo distraen las piedras azules que saltan de los volcanes. Sigue su rumbo. Y su rumbo es buscarla.
Sus retinas sólo reflejan la imagen de ella. Cree verla en el movimiento de una rama o sobre la cresta salvaje de una ola.
No se pregunta por qué se fue. Se pregunta hacia dónde.
Su cabeza de cretáceo no puede concebir un abandono, sólo un extravío.
Es puro volar sin calma, un vivir buscándola para salvarla y salvarse al tiempo que la salva. Sin ella, volar es un acto inútil.
Se tropieza con las nubes y confunde el cielo con el mar. Va de un lado hacia otro, desorientado y torpe. Fatiga tanto el vuelo si se vuela solo. No quiere volar. Quiere querer.
No los unían los proyectos ni la costumbre. Los unía el volar sabiendo que el otro volaba al lado. Los unía ese voltear la cabeza en el mismo instante como para decirse:
¿Ves?, estamos volando.
6
Con larval inocencia un pterodáctilo busca a su pterodáctila. El no sabe nada de la muerte. Sólo sabe planear con ella como dos gigantes remeros del espacio. Sólo sabe que un pterodáctilo y una pterodáctila son un mismo cuerpo. Y ahora a él le falta una parte.
Ella murió una noche en que los cielos eran dorados. Aún está sobre la arena su cadáver fosilizándose, pero él insiste en la búsqueda porque eso no es ella, no es su pterodáctila: le falta el vuelo, la mirada y el olor del amor: Ignora las leyes de la naturaleza, cree en el reencuentro. Si necesita a su pterodáctila tiene que ser porque en algún sitio ella lo espera.
Vuela chocando contra todas las salientes de la noche. Va una y otra vez por los lugares que conocieron juntos. Desde la orilla de aquel lago vieron la primera lluvia de estrellas, en ese cráter la tuvo entre sus alas. Vuelve al cielo. Insiste en la búsqueda. Es una esperanza en vuelo y condenada.
Desde lo alto de la noche color magenta se lanza en picada. Solitario y en silencio se desploma en ese fragmento de playa que nunca quiso mirar.
En la era más estrambótica de la Tierra, los pterodáctilos fueron los únicos seres capaces de construir parejas absolutamente fieles.
En el caso de que muriese uno de los integrantes, el otro no formaba una nueva unión.
Si el pterodáctilo sobrevivía, dedicaba el resto de su existencia a deambular por los sitios frecuentados con su pterodáctila. Y realizaba este peregrinaje sin comer ni beber. Sin ir en búsqueda de otra compañera.
Poco a poco iba debilitándose hasta que moría, preferiblemente en el exacto lugar en el que había caído su pterodáctila.
2
Ella lo amaba. Volar hambrientos, pero juntos, le parece una fascinante aventura. Ama su coraje. Ama la paciencia de su vuelo sobre los volcanes. Lo considera un valiente. Ella lo ama. Ama que se olvide de comer por atrapar una piedra azul. Hay otros pterodáctilos, pero ninguno tiene su estrafalaria manera de planear. Ella lo ama. Desde el día en que conoció a ese tonto pterodáctilo nunca se separó de su lado. Por eso él sabe que ella lo ama.
3
En la sinfónica turbulencia de la atmósfera, entre nubes doradas, un pterodáctilo vuela junto a su pterodáctila. Sus ojos antediluvianos son los espejos del fuego en el corazón de los volcanes. Vuelan juntos. Como viajeros elegantes.
¿De qué sirve un pterodáctilo sin su pterodáctila?
Toda la Tierra con sus ardientes temperaturas y con sus inesperados desplazamientos les ordena amarse.
Y sobre la catedral volcánica del planeta, y sin saberlo, los pterodáctilos están amándose.
4
De pronto su vuelo se interrumpió. La pterodáctila cayó por un túnel transparente en el aire. Cayó sobre la arena como una roca. Como un meteorito atraído terriblemente por la Tierra.
Estaba en vuelo y el vuelo se detuvo como un amor que dice que no. Un instante de desconcierto y luego la pterodáctila cayó.
El pterodáctilo volaba a su lado. Supo el momento preciso en que su pterodáctila cayó. Pero no miró hacia abajo. Negó el vacío. La implacable vertical de la caída.
Miró hacia un costado y hacia otro. No la vio. Se resistió a aceptar lo demasiado obvio. Y no se animó a mirar hacia abajo. Con espanto volvió la cabeza hacia un costado y hacia el otro.
La buscó en todas las posibilidades de vuelo. Nunca miró hacia abajo.
Aterrizó en la playa.
Caminó con la vista más allá del presente, buscándola lejos. Lejos. Se detuvo sin verla. Intuyó la presencia de una roca nueva sobre la arena. El pterodáctilo cubrió su cara con cuarenta millones de años.
Una tras otra resbalaron sus monumentales lágrimas.
En la boca ígnea de los volcanes resonaron sus alaridos. Pero nunca miró hacia el sitio del dolor.
5
Vuela. No lo distraen las piedras azules que saltan de los volcanes. Sigue su rumbo. Y su rumbo es buscarla.
Sus retinas sólo reflejan la imagen de ella. Cree verla en el movimiento de una rama o sobre la cresta salvaje de una ola.
No se pregunta por qué se fue. Se pregunta hacia dónde.
Su cabeza de cretáceo no puede concebir un abandono, sólo un extravío.
Es puro volar sin calma, un vivir buscándola para salvarla y salvarse al tiempo que la salva. Sin ella, volar es un acto inútil.
Se tropieza con las nubes y confunde el cielo con el mar. Va de un lado hacia otro, desorientado y torpe. Fatiga tanto el vuelo si se vuela solo. No quiere volar. Quiere querer.
No los unían los proyectos ni la costumbre. Los unía el volar sabiendo que el otro volaba al lado. Los unía ese voltear la cabeza en el mismo instante como para decirse:
¿Ves?, estamos volando.
6
Con larval inocencia un pterodáctilo busca a su pterodáctila. El no sabe nada de la muerte. Sólo sabe planear con ella como dos gigantes remeros del espacio. Sólo sabe que un pterodáctilo y una pterodáctila son un mismo cuerpo. Y ahora a él le falta una parte.
Ella murió una noche en que los cielos eran dorados. Aún está sobre la arena su cadáver fosilizándose, pero él insiste en la búsqueda porque eso no es ella, no es su pterodáctila: le falta el vuelo, la mirada y el olor del amor: Ignora las leyes de la naturaleza, cree en el reencuentro. Si necesita a su pterodáctila tiene que ser porque en algún sitio ella lo espera.
Vuela chocando contra todas las salientes de la noche. Va una y otra vez por los lugares que conocieron juntos. Desde la orilla de aquel lago vieron la primera lluvia de estrellas, en ese cráter la tuvo entre sus alas. Vuelve al cielo. Insiste en la búsqueda. Es una esperanza en vuelo y condenada.
Desde lo alto de la noche color magenta se lanza en picada. Solitario y en silencio se desploma en ese fragmento de playa que nunca quiso mirar.
Es la tarde
Es la
tarde,
Y en ella
estoy….
Dormito en
palabras agridulces
Recorro el
barro en soledad
Pienso
Juego a
detener las ideas enruladas en el tiempo,
Y como un
mago de plaza las detengo y las vuelvo paloma
Me desarmo.
Evito no
correr, evitar me da asco y corro
Y corro
hasta sentir el vuelo
Alas del
color de la luna
Amo el
paisaje, amos mis manos y el camino.
En él,
encuentro una nube gris que me detiene en el instante. Camino hacia ella y la
observo detenidamente, nada me importa ya, sólo quiero mirarla y saber qué es,
quién es y por qué está ahi, así. Es mi
alma. ¿Eres alma, mi alma mía? Sí, soy tu
alma por eso me ves, sólo vos podes verme y reconocer mi olor que te
pertenece...
La vi
desecha, sucia, como moribunda, estropeada y triste, muy triste recostada al
costadito del pasaje. Como abandonada:
La levanto
y le ofrezco chocolate caliente y pan
La lavo con
un paño de agua tibia y le digo: dale, te doy este cuerpo y todo lo tengo para
que seas lo que quieras ser. Vas a ser libre en mí como en los viejos tiempos,
hasta quizás algún día me puedas contar de dónde venimos y como éramos. Cómo
era todo…
Y le
susurro una canción cualquiera que ella conocía y silbó…
Como peces,
mis piernas comenzaron a brillar y mis
ojos se fueron con el humo del silencio.
Me pregunto:
¿qué habrá en la isla? ¿qué es lo que no puedo entender?
El agua me
responde a su manera: en reflejos ebrios y mojados
A su vez
los árboles me visten en sombra y entiendo que nada de preguntas, solo cerrar
los ojos y ya está bien…. El viento masajea mis hombros.
Soñando…
En versos,
Dormitando…como
un niño, un hombre
Me
despierto a su lado.
A los almendros prefiera desvío por
jardín de mar, con ese nombre quién no elige la deviación. Y el cielo
tan clarito… pero ya viene Nancy, siempre va a venir Nancy a decir que le
robaron la cartera y va a llamar a los carabineros. Después dormir con ese
miedo. Aguantar, aguaitar y esperar. Volver a dormir con ese miedo que se
propulsa de los latidos al cuerpo entero, pululando en los parpados,
burbujeando en la panza. Burbujeando como espuma de mar. Olas gordas, enormes
que explotan saltarinas, toda una columna de agua cayendo sobre la arena y que
apenas la toca, cada partícula quiere ir hacia un lugar diferente. Se chocan
entre sí, dibujan transversales, bailan en todos los tiempos posibles. Quisiera
que vos fueras esa ola, que me caigas encima, me humedezcas, me arrebates y
luego, con lenta caricia, te vuelvas a armar para salir a la carga enseguida
nuevamente. Pero no, yo soy una nube, una nebulosa tan lejana y vos verde
cañaveral. Ya vuelve Nancy, con esa cara de compungida como una bocanada de los
peores alientos. Aliento de hambre, aliento de mil tabacos, aliento de fin de
fiesta con muchísimo postre. Ya sé que se llevaron el recuerdo de tu padre pero
no es mi culpa, que me requisen nomás. Ese miedo animal, infernal, al rojo vivo,
corriendo por todo el lugar como si hubiera existido desde siempre y sólo
hubiera estado durmiendo. Y te conozco, pero por qué estás tan distante… Bah!
Cosa fea andar necesitando constante demostraciones de afecto para sentirse
bien, contenida, que tontería! Ya nadie va a escuchar tu remera… pobrecito Che!
Que ideología, que hermosa genialidad. Y se quedaron sólo con tu rostro de ojos
apasionados pero bien muerto, no sea cosa… que viva la patria grande, que viva
la pacha mama y que vivan las abuelitas.
Y nos fuimos del lugar con la
enredadera de la culpa entre los huesos, por un hecho que nos salpico
desde las cercanías. Como una bombucha, estalló ahí cerquita nomás, ¿había
empezado el carnaval? Si de algo estábamos seguros era que no habíamos sido…
sin embargo, nos invadía la idea de caer en cana, del encierro, ¿a quién no? de
que como por arte de magia la billetera de Nancy, la victima de esta historia,
apareciera en la mesita de luz de nuestra habitación arrendada con tanto
esfuerzo y alegría. Caminamos en
silencio con presión en la garganta y un airecito seco que ahogaba a nuestro
símbolo de la libertad recorrió nuestros cuerpos que ya se movían maquinalmente,
¡tan maquinal! como los animales de porcelana girando y de arriba abajo
formando úes y eses en el aire, atmósfera de niños que subiendo y bajando
intentan obtener la sortija que pende de un hilo, como se me ocurre, pende el
tiempo; las horas que hoy nos unen y que lentamente nos separaran, del hoy, de
nosotros, de nuestras compañías, del carrusel verde de la plaza que nos cruzaba
una a una las mañanas, los minutos de cantar y correr con las palomas.. (un
zapping, la vida se vuelve un zapping sinó nos detenemos a reflexionar) a
medida que nos apartamos de los ojos de pajarito sin mamá de Nancy se nos fue
dando el sol y los cerros se volvieron amarillos y violetas y rojos y azules
por todos sus rincones y dijiste ojala que la encuentre y nuestros dedos se
ablandaron como un sapo debajo de la lluvia, como gotas resbalamos por las
calles que nos dejarían en la pintoresca plaza del centro: la del tobogán de
madera, un poema aceitado en versos bonitos para nuestra lengua de peperina con
menta en un mate lavado que comenzó a circular haciendo que nos comunicáramos
casi en silencio, un silencio de ciudad, de a rato, un silencio imposible.
Nuestras manos se rozaban cada poquísimos metros, unas cuantas baldosas, un
bache, algún perro de panza en el suelo, unos cuantos vendedores ambulantes,
pegados, muy pegaditos, incontables autos y colectivos y ahí estaban las manos
de nuevo diciendo hola o algo más interesante. Pienso en los peces debajo del
mar y en la libertad de mis piernas al caminar por donde se le dan las ganas.
Llegamos a la plaza y vos dijiste seguro la encontró.
Cayendo de boca en otra historia,
de un golpe y a otra cosa mariposa, haciendo pis en otro país ya nos
estaba despidiendo el viejo que tenía la cara de un niño, los ojos infantiles y
una sonrisa que dejaba ver todos los dientes pero que al llegar a la cúspide,
en la comisura misma de los labios caía imperceptiblemente y se podía ver ahí
la tristeza de su alma. Un viejo que se refugia en las tinieblas del alcohol,
que arma sus propios laberintos, que simula jugando a ser feliz pero no puede
evitar que se le caigan las lágrimas en todas las esquinas. Lágrimas que
atesora en todos sus cajones y paisajes como Nancy que guardaba una foto
gastada del padre amado y temido pero que ya le robaron…
Y bailamos desnudos al son de los
vientos y cueros tensados con fuego y fuerza de muñeca. Bailaste viejo,
antes de irnos al país de al lado te vimos bailar con una sombrilla rota y
colorada. Te levantabas de una siesta, dormías la mona quizás y nos viste que
nos íbamos y medio tristón, a lo clásico diste una vueltita y medio que
perdiste el equilibrio y te agarraste a la sombrilla que estaba en el tacho de
la basura y te envolviste en ella, ¡la sacaste a bailar! fuiste su bailarín y
ella tu compañera de un baile sin música sin pista, con sal y arena besaste mi
cachete peludo y el de ella rosa y suave como la panza de un bebe, besaste.
Esa sombrilla que para el mundo era
basura y que para vos era como esos tesoros que soñaste encontrar en los
barcos hundidos o en las cavernas. Era para vos la felicidad, la cordillera,
como esa sensación que tenés cuando encontrás los ojos de tu hijo o los de
ella, la mujer a la que desilusionaste y que te da pánico cruzar por miedo a
quedar preso realmente en una felicidad de pacotilla. Pero ya sabíamos que se
puede hasta comer de la basura y si cerramos los ojos aún se nos viene el gustitoo
del pollo que vino envuelto en bolsa de consorcio y al por mayor, por eso te
entendimos y quisimos, por un segundo, dejar todo el equipaje y bailar con vos
al ritmo del mar.SE CANTA AL MAR
Nada podrá
apartar de mi memoria
La luz de
aquella misteriosa lámpara,
Ni el
resultado que en mis ojos tuvo
Ni la
impresión que me dejó en el alma.
Todo lo
puede el tiempo, sin embargo
Creo que ni
la muerte ha de borrarla.
Voy a
explicarme aquí, si me permiten,
Con el eco
mejor de mi garganta.
Por aquel
tiempo yo no comprendía
Francamente
ni cómo me llamaba,
No había
escrito aún mi primer verso
Ni
derramado mi primera lágrima;
Era mi
corazón ni más ni menos
Que el
olvidado kiosko de una plaza.
Mas sucedió
que cierta vez mi padre
Fue
desterrado al sur, a la lejana
Isla de
Chiloé donde el invierno
Es como una
ciudad abandonada.
Partí con
él y sin pensar llegamos
A Puerto
Montt una mañana clara.
Siempre
había vivido mi familia
En el valle
central o en la montaña,
De manera
que nunca, ni por pienso,
Se conversó
del mar en nuestra casa.
Sobre este
punto yo sabía apenas
Lo que en
la escuela pública enseñaban
Y una que
otra cuestión de contrabando
De las
cartas de amor de mis hermanas.
Descendimos
del tren entre banderas
Y una
solemne fiesta de campanas
Cuando mi
padre me cogió de un brazo
Y volviendo
los ojos a la blanca,
Libre y
eterna espuma que a lo lejos
Hacia un
país sin nombre navegaba,
Como quien
reza una oración me dijo
Con voz que
tengo en el oído intacta:
"Este
es, muchacho, el mar". El mar sereno,
El mar
quebaña de cristal la patria.
No sé decir
por qué, pero es el caso
Que una
fuerza mayor me llenó el alma
Y sin
medir, sin sospechar siquiera,
La magnitud
real de mi campaña,
Eché a
correr, sin orden ni concierto,
Como un
desesperado hacia la playa
Y en un
instante memorable estuve
Frente a
ese gran señor de las batallas.
Entonces
fue cuando extendí los brazos
Sobre el
haz ondulante de las aguas,
Rígido el
cuerpo, las pupilas fijas,
En la verdad
sin fin de la distancia,
Sin que en
miser moviéraseun cabello,
¡Como la
sombra azul de las estatuas!
Cuánto
tiempo duró nuestro saludo
No podrían
decirlo las palabras.
Sólo debo
agregar que en aquel día
Nació en mi
mente la inquietud y el ansia
De hacer en
verso lo que en ola y ola
Dios a mi
vista sin cesar creaba.
Desde ese
entonces data la ferviente
Y
abrasadora sed que me arrebata:
Es que, en
verdad, desde que existe el mundo,
La voz del
mar en mi persona estaba.
Nicanor Parra.
matelavao
Te acostumbraste a tomar mate lavado y pensaste que la vida
era eso gurí.
Te acostumbraste a tomar mate lavado y te creíste el
cuentito gurí y con el índice del dedo dibujaste en el aire su nombre de cobre
y el dios de la humedad, la babosa, el gusano se alimentaron de tus ojos.
Te acostumbraste a tomar mate lavado y te acostumbraste no
más.
¡Te acostumbraste a tomar mate lavado gurisa!
Te acostumbraste a tomar mate lavado creyendo que jamás te
podrías acostumbrar a eso. Sí, a eso y a tantas otras cosas te acostumbraste
gurisa.
Pero siempre hay un pero antes del peor. No hay cabeza vacía
de pero. Pero. Pero, pero, por aquí, por allá. Pero.
Y después del pero: inventar, invitar, estallar y tantos
verbos como árboles en el mundo.
Te acostumbraste a tomar mate lavado…
Pero, y acá prendo el fuego, gracias a ello: al mate y su
lavado constante, descubriste en el rincón oscuro del cuarto lo que en la playa
nunca. Con la calabaza en la mano, los dientes verdes, la lengua amarga, los
ojos vidriosos, las uñas como garras, las rodillas trémulas, el corazón
afiliado, cual viejo a la tristeza, a que el timbre no suene y la cabeza,
aliada de la creatividad y el suicidio marcándote el invisible norte de los
sueños, despeinada. Del rincón más oscuro del cuarto nació la belleza de la
mariposa, y con ella, todos los colores y las luces del sonido de su vuelo.
jueves, 6 de marzo de 2014
de cuando sentí el barco
Hay hundido en mí un barco, un barco y su tesoro, un barco con todas sus camas y toda su gente…
Hay hundido en mí un barco, lo sé y no porque lo haya soñado, ni siquiera lo pensé jamás, ni siquiera me recuerdo en él, ni siquiera un buen día pude verlo, ¡qué digo ver! Escuchar, ni escucharlo andar, hundirse… hundirse en mis huesos...
Sólo sé que está ahí, aquí dentro de mí. Entre mis cotillas hay un gigante de mil cabezas con proa, popa, timón, vela y babor, mástil, estribor, ancla y timón. Invernando esperando la puesta del sol para sonar en canción de sirenas y de locos borrachos de amor mirando lo infinito del mar y ese vapor. Y lo maravilloso es que aún no nació el buzo de ojos saltones y negros que lo descubre, ni el periodista que lo describe en crónica en un diario de verano, ni el escritor que lo flota, ni el fotógrafo que lo inmortaliza, ni la dulzura que lo canta en la radio nació, ni los curiosos peces que lo babosean, ni el mar, ¡qué digo el mar! Ni su color, ni sus colores nacieron aún pero sí muy bien sé que está ahí, aquí dentro de mí y aún ni la chispa, ni el OM ni el silencio… nada.
Hay hundido en mí un barco, lo sé y no porque lo haya soñado, ni siquiera lo pensé jamás, ni siquiera me recuerdo en él, ni siquiera un buen día pude verlo, ¡qué digo ver! Escuchar, ni escucharlo andar, hundirse… hundirse en mis huesos...
Sólo sé que está ahí, aquí dentro de mí. Entre mis cotillas hay un gigante de mil cabezas con proa, popa, timón, vela y babor, mástil, estribor, ancla y timón. Invernando esperando la puesta del sol para sonar en canción de sirenas y de locos borrachos de amor mirando lo infinito del mar y ese vapor. Y lo maravilloso es que aún no nació el buzo de ojos saltones y negros que lo descubre, ni el periodista que lo describe en crónica en un diario de verano, ni el escritor que lo flota, ni el fotógrafo que lo inmortaliza, ni la dulzura que lo canta en la radio nació, ni los curiosos peces que lo babosean, ni el mar, ¡qué digo el mar! Ni su color, ni sus colores nacieron aún pero sí muy bien sé que está ahí, aquí dentro de mí y aún ni la chispa, ni el OM ni el silencio… nada.
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