miércoles, 28 de mayo de 2014

Desde que consumo Naranjú se me fue la vergüenza a la mierda. Así empezó todo esto que voy siendo y se va levando de mí. Levitando al carajo mismo.
Un bollito y a la mismísima merda, al otro mundo. Chau.
Sin vergüenza gracias al Naranjú, quién iba a creer. ¿Vos?  Yo tampoco.

Pasé, camino a casa de porro, por el quiosco de la cuadra: tiene un cartel que dice: KosquiO - abierto de lunes a jueves todo el día - viernes a domingo día y noche - feriados las 24 hs. El cartel ilumina como arbolito de Papa Noel con fueguitos azules y rojos casi toda la cuadra y pestañea continuamente, como pestañeaba mi abuela que padecía de un tic nervioso casi insoportable. Le lloraban los ojos me acuerdo y mi cuerpo y mi sien y mis ojos se irritaban de tanto verla subir y bajar infinitos  toboganes de agua. Una marea que mareaba. Escleróticas blancas como su guardapolvo de maestra, pupilas negras, iris y córneas verdesaguacampo, olor a tierra y pan todos envueltos en el tic del subebaja. Los ojos de mi abuela se agitaban como el cartel. El cartel del peruano me hizo acordar a la vieja y la busque y la encontré con mis dedos y la miré en su foto de mujer coqueta y me di cuenta que la foto tenía un olor a porro imposible que mi billetera toda olía a porro y que la extrañaba y me dieron ganas de saber cómo vivía la abuela en Italia cuando vivía, qué tan italianos eran sus pensamientos, qué tan italianas eran sus polleras, sus comidas…. cuando yo la conocí de nieto la Argentina ya le había comido la lengua y las ganas y el mango y sólo se comunicaba con todos sus muertos: la tía pocha, el perro pablo, Elvira, Pedro… y me acorde de Diego un hermano de la vida un gran cultivador de pensamientos acelerados y llegué a mi infancia y me acorde del transa  y escuche a mi vieja gritar con los huesos y me escuche llorando en las manos de un enano con nariz de payaso. ¡Había nacido en un circo! Bajo una gran carpa. Toda mi niñez jugando con mujeres barbudas  y hombres con tetas y elefantes marinos balanceándose en el trapecio que se columpiaba casi en silencio, risueño. Risueño el aire. Risueño el aire de la siesta. Risueño el amor. Risueños los locos del circo de mi familia que acabo de inventar.
Le escribieron el portón a porota:
Si no te cabe lo que te tocó, compone otra porota: ¡ESCRIBÍ! ESCRIBILES PONELES PELUCA CORTALE EL TELEFONO TIRALES EL HUMO EN LA CARA PEGA UNA TROMPADA QUE HIERA QUE TE ACUERDES QUE TE DESNUDE Y TE DEJE A GAMBA PA´QUE PUEDAS CAMINAR COMO SEA DANDO VUELTAS CON LAS MANOS O LOS PIES UNA TROMPADA CON LOS PUÑOS DE TUS OJOS CON LOS MONTES DE TUS DEDOS QUE EL FUEGO DE TUS NUDILLO ESCRIBA LO QUE QUIEREAS DECIR. Si no te cabe lo que te tocó ¡escribí! Camina con las manos y dibuja con los pies. COMPONE OTRA.
Volví a mi cuerpo.
El cartel titilaba pero el quiosco estaba dormido. Cerrado. Me preocupé y me senté. Me sentí vacío. Pensé lo peor. En una perdida quizás. Me desespere. Tenía que investigar. No me podía quedar así. Qué paso. Porqué. Esta cabeza de porro que me hace flashear cualquiera. El peruano no cerraba nunca bien claro lo decía su cartel que era el de todos. Era el del barrio. Ese cartel nos representaba. Nos daba navidad con sus luces. Estrellas. Cuando se apagaba nos apagábamos. Nos fiaba. ¡El peruano fiaba! Y le iba bien. Vendía mucho y era feliz, eso que consumía  todo el día tv amarilla. Pero parecía no entender las noticias o no importarles porque se reía siempre. A carcajadas. Se murió un pibe de 14 años antes de salir del cascaron camino a la escuela y se reía. Vecino encontró a abuelo disecado en la plazoleta de las pasas de uva y se reía. Perro con rabia muerde a un cura y lo condena al eterno sufrimiento de vivir sin carnaval... Al eterno sufrimiento...  y se reía.  Algunas eran para reírse, está bien, pero otras se iba al carajo el peruano.
¡Apareció! Hay una mano chiquitita con uñas mordidas girando el picaporte. Suspenso. Tensión. Ahí está. (Peruano hijo de puta me asustaste). Otra vez la luz, la mano, la otra rascándole el culo. Los piojos caminándoles el brazo. Las cucarachas ocultándose del mundo. Se abrieron las puertas. Quería festejar, abrazarlo, revisarlo, tocarle la cabeza, decirle que nunca más haga lo que hizo, que hay gente que se preocupa, que deje un cartelito explicativo. Que me convide un cigarrillo. Pero no. Por suerte antes de pasar vergüenza con el peruano que me conocía de años se me fue el porro de la cabeza y vino la sed y el hambre todo junto a cataratas y yo sin plata y sin canoa entre tanta agua transparente invisible como acordes de funk con dedos como arañas trepadoras de los sueños que se caen. Un otoño en primavera y mi alma se hace humo. Humo en tus manos mi amor. Necesito un abrazo: mi egoísmo materializado en cuerpo metro ochenta y brazos de japonesa viciosa y flacos por el calor abrazó al peruano que se dejó traspasar por mi barba como lo hacen los espejos de cuentos de hadas o las personas yogas: permitiéndonos entrar en sus venas, tocar como a un pez las campanas con las yemas de los dedos el cuero del bombo de su sangre.  
Hola, me dice con su vos ronca marrón de perro marrón y ronco de ron. Hola, le contesto con vos de que mañana te pago lo que me quiero llevar ahora. Está bien, ¿qué quieres? (A buen entendedor pocas palabras). No sé, algo rico para la sed. Toma, un Naranjú. ¿Un Naranjú? Qué bosta es eso. ¿Un Naranjú?  
Me cagó en ésta el peruano, pensé. Y me fui...
Y acá mismo empezó todo lo de la vergüenza.
Llegue a la esquina. Abrí con los dientes y fuerza de muñeca el Naranjú. Miré para ambos lados cosa de la costumbre que nos haraposa  y crucé...
A los metros, ya comiendo el Naranjú como una jirafa, me dieron ganas de bailar y sin dudarlo baile…
Un grito nació de mi ser, así como así grite como un pájaro que se da cuenta de lo zarpado que es volar...
Mis piernas saltaron, se descontrolaron, se fueron corriendo le dieron una patada al cana que estaba durmiendo en la sombrita del árbol y volvieron a mi cuerpo de leche tibia.
Mis manos empezaron a transpirar lagrimas naranjas.
De mis ojos florecieron amapolas y de mis bolsillos nacieron canciones de lluvia. Un largo camino a casa, intensos descubrimientos coloridos. Cítricos.
Mi viejo YO quedo atrás, no llegó a cruzar la vía antes de que el tren toque su bocina. Antes de que el Naranjú se pierda por completo en mi adentro de perro vagabundo.
Y ahora voy desnudo por las que creían conocerme: las calles de mi tierra.
Por tus calles tus esquinas y las mías.
Por tus bosques tus paradas y mis ratos de volar.
Ahora voy sin fronteras que limiten lo inconsciente.
Con un circo en la cabeza jugando a crecer todos los días, abrir ventanas y cantar serenatas.
Con plebeyos y plebeyas con pendejos y pendejas con el tren que me arrancó del mundo como a un pedazo de pasto, como el fuego que lo quema todo. Natura madre poderosa y servicial, te pido perdón por los míos y me duermo en tus piernas en esta noche caribeña de borracho hasta la pera. La manzana y las costillas de tu origen no son más que sopas de letras acuosas en el librito que le da alas de plomo a los cuerpos de marioneta cercenada por alguna universal filha da puta. Anómala por tu Dios. Por el Dios de tus palabras. Casetito. Corderito doradito vuelta y vuelta en el nidito con piojillos taciturnos destetados.
Sin religión y sin vergüenza…
¡Sin religión y sin vergüenza!
Gracias ¡Naranjú!

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