miércoles, 15 de octubre de 2014

Me hice el muerto como una cucaracha y no viniste ¡me hice el muerto! Casi todo un día, una eternidad. Lo que equivale a 18 abrazos, 3 cuadras  y 10 puchos. Que hija de puta, todavía la veo, ahí, pata pa´ arriba mostrando la panza colorada dentro del jonca de los cubiertos. ¡Qué asco! Revuelvo la sopa, la ensalada, pincho el choclo y se me viene a la mente su concupiscencia baboseando la alpaca, pisoteando la espumadera, durmiendo entre las cucharas y
  Vaya a saber qué tanto más haces ahí adentro hija de puta.
Todas las noches un cajón cerrado y oscuro;  y los días, el mismo cajón atrancado con un cuadradito de diario, dibujado en su centro por un hermoso dorado haz de luz que lo divide y hasta parece abrirlo por los aires, y ella, cual perla de concha, ahí, brillando en el sol, haciéndose la muerta para no morir explotada como toda su familia: de un boom, de un chancletazo.
Y yo, quien te habla, hoy, me hice el muerto, Sí, me hice el muerto todo el día, como la cuca, panza pa´ arriba pa´ que vengas a velarme y no viniste y me aburrí y la maté. ¿la maté? Sí. ¿Fin del juego? No, qué fin, si todavía… Sí, la tuve que matar, un algo de por el viento se transformó en cosa y me entró por los brazos moviéndome cual marioneta borracha y ¡plácate! Al eterno sueño… ¿por qué no viniste?... una vez cristalizado el magma, me arrepentí, ¡claro que me iba a arrepentir!
Tuve poderosas-pesadillas-pesadilla- poderosa -poderosa-noche-de guirnaldas y artificios: cucarachas gigantes, corpulentas y rojas, de ojos blancos con enormes pupilas amarillas, peludas y hambrientas me corrían por angostas calles de madera y metal. Cuchillos y singulares tenedores formaban un laberinto algo encantado y yo perdido y perseguido, como un pájaro por perdigones, transpiraba la gota gorda dentro de la noche del cajón ¡el jonca blanco! Que por instantes, miguitas de ellos, granos de arena, me encontraba fuera:
algo mareado y con el rostro de un cíclope me acercaba con una zapatilla desteñida con dientes y boca de tiburón en una mano hacia la luna y con la otra, libre, trémula y mojada, quitaba el cuadradito de diario en extrema cautela, y lo abría: lentamente se me presentaba ese mundo al compás de una música de pavo real que descendía  del cielo logrando orquestalmente que todos mis nervios se enfilen prolijos uno detrás de otro y caminen en un dos un dos por un tapial no más angosto que mis brazos. Y me veía corriendo, ahí, diminuto como un pochoclo, queriendo escapar de los gigantones cucarachones, que lejos de agotarse, agitaban sus crujientes patas y escrutaban cuidadosamente el espacio azul entre los metales plateados que me cubrían…
¡Y me hice el muerto!
Sí, me hice el muerto en una noche como la de hoy
Para no morir
Reventado de un zapatillazo
Que yo mismo
En estado de presíncope
Estaba por darme
Y vos

(Vaya a saber qué tanto más haces ahí dentro hija de puta)

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