Conocí a un viejo y una vieja en… en
dónde? No lo recuerdo.
En el Salvador, quizás. En Lanús, tal
vez. En mi cabeza, no estoy seguro.
Viejos cuyos nombres se me hace
imposible acercar a la hoja. No importa eso. El viejo conocía los porqué de los
cuándo y vivía quiero decir respiraba sólo tan sólo para contarlos a modo de
cantos de cuentos de poesía viva que vive dando vueltas y saltos de grillos y
de ojonas ranas pescadoras de salvajes moscas. Vivía, el viejo, sentado,
contando los porqué de los cuándo, que eran muchos, pegadito a su viejita. Mi
viejita decía el viejo, mi viejita. Hermosa compañera que sentadita sobre un
almohadón de su diseño tejía los paraqués de vivir sin correr detrás de la
zanahoria, que eran muchos y se veían bien y acariciaba el lomo de un gato
amarillo que dos por tres se acercaba a las piernas flacas de ella para que
ésta lo frote con suavidad y belleza. Una vieja y un viejo de no sé dónde de
todos lados que con la particularidad de no contar el final narraban y tejían
con dedos y voces bellas y crudas
historias tan de guerra como de amor. Tan de las estrellas como del trigo.
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