miércoles, 15 de octubre de 2014

Conocí a un viejo y una vieja en… en dónde? No lo recuerdo.
En el Salvador, quizás. En Lanús, tal vez. En mi cabeza, no estoy seguro.
Viejos cuyos nombres se me hace imposible acercar a la hoja. No importa eso. El viejo conocía los porqué de los cuándo y vivía quiero decir respiraba sólo tan sólo para contarlos a modo de cantos de cuentos de poesía viva que vive dando vueltas y saltos de grillos y de ojonas ranas pescadoras de salvajes moscas. Vivía, el viejo, sentado, contando los porqué de los cuándo, que eran muchos, pegadito a su viejita. Mi viejita decía el viejo, mi viejita. Hermosa compañera que sentadita sobre un almohadón de su diseño tejía los paraqués de vivir sin correr detrás de la zanahoria, que eran muchos y se veían bien y acariciaba el lomo de un gato amarillo que dos por tres se acercaba a las piernas flacas de ella para que ésta lo frote con suavidad y belleza. Una vieja y un viejo de no sé dónde de todos lados que con la particularidad de no contar el final narraban y tejían con dedos y voces  bellas y crudas historias tan de guerra como de amor. Tan de las estrellas como del trigo.


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